sábado, 22 de octubre de 2011

GADAFI Y BIN LADEN

No deja de ser curioso observar que las revoluciones en los países del norte de África, que nos hemos apresurado en denominar como la primavera árabe, se hayan llevado a cabo a través de la indignación de sus propios ciudadanos. Mientras y desde siempre, estos tiranos han sido aplaudidos y reconocidos como si hubiera reinado en sus naciones un auténtico Estado de Derecho. Todos han sacado pingües beneficios por salir en la foto o degustar los placeres en sus jaimas. Pero el fariseísmo global de los países pertenecientes el primer mundo, queda patento cuando como consecuencia de la revolución libia, apoyada por las fuerzas internacionales, el tirano ha caído en manos de sus propias víctimas, aplicándole la Ley del Talión. La ONU pide explicaciones y Amnistía Internacional se queja del linchamiento habido con los Gadafi. Cerramos por unos momentos el paréntesis y abrimos el telón para contemplar la escena de la muerte de Osama Bin Laden. Las fuerzas armadas del país más poderoso de la tierra, asalta una finca de un país soberano y como resultado le matan aplicándole la misma ley, con la diferencia de que Bin Laden y la tropas de Obama no estaban en guerra declarada. El mundo enmudeció, y como mucho lamentaron que no hubiera tenido un juicio justo. En el primero de los casos fueron los libios hartos de soportar un tirano y en defensa del pueblo. Pero Obama, Premio Nobel de la Paz, lo hizo a sangre fría, tomándose toda la justicia por su mano, hasta decidir qué se hacía con su cadáver. A Bin Laden se le aplicó la Ley del Talión y además la ley del más fuerte. Gadafi no ha sido el primer tirano muerto a manos del pueblo, pero tampoco será el último. Las instituciones que el mundo se ha dado, apenas sirven para imponer burocracia. Cuando acuden, si llegan, en auxilio de una situación lo hacen tarde, como pasa en los países árabes, y el pueblo ya ha ejercido su soberanía. Hay varios sátrapas aún en países árabes que están pendientes de que el mundo civilizado les lleve ante la Corte Penal Internacional, o que su propio pueblo les arrastre como despojos humanos por las calles donde ahora mueren bajo su opresión.


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