sábado, 21 de enero de 2012

FRAGA "HOMBRE DE ESTADO" INSULTO A LA INTELIGENCIA

Los funerales de la vergüenza

A estas alturas de la historia de la democracia española, no es preciso ser docto en ninguna ciencia social para constatar que el paso de la dictadura a la normalización constitucional, consagró la impunidad de los crímenes franquistas; sumiendo en el olvido a las víctimas del exterminio que comenzara la tarde del 17 de julio de 1936. Una injusticia latente que se perpetúa día tras día. Tampoco es necesario ser jurista, el serlo en algunos casos es perverso, para entender que el Estado tiene una deuda contraída con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada por Naciones Unidas, el año 1948. Por mucho entramado jurídico en el cual nos queramos enredar, la piedra angular, especialmente perversa está en manos de quien debiera dar el primer paso, para que España asumiera su pasado sin dejar a nadie en las cunetas. Como lo han hecho todos los países que han tenido un pasado protagonizado por un tirano y sus secuaces. Sin que ningún estúpido hipócrita se escandalice y se queda desnudo rasgándose las vestiduras, es el Rey de España quien debiera ser el primero que arrojara la primera piedra contra la impunidad, rompiendo las barras de la prisión donde ficticiamente se cree que está preso. ¿Qué sucedería si un buen día el rey reconociera que la II República se dotó de una Constitución, tan legítima como la Constitución que le ciñó sobre sus sienes la Corona de España? Los franquistas y sus herederos legítimos, es decir, el Partido Popular, la Iglesia y el capital, se apresurarían a exclamar que el rey se había vuelto loco. Esta declaración no restaría un ápice su legitimación como Rey de España, aunque la venida de la República, conllevara la huida de su abuelo el rey Alfonso XIII. Pero ese día de autos, el rey no conforme con esta declaración añadiría que condenaba expresamente la dictadura franquista en todas sus acepciones. Aunque fue el dictador quien instauró la monarquía borbónica en España, fue la Constitución de 1978 la que le hizo monarca constitucional. Y si el Presidente del Gobierno elegido por el pueblo no firmara las leyes, no serviría para nada la sanción real. Es evidente que este sueño, por ahora, no es verosímil. Son demasiados intereses en juego y demasiadas manos ensangrentadas de demasiados victimarios. La puesta en escena del solemne funeral al franquista Fraga, cuasi de Estado, con todos los honores en la catedral de Santiago de Compostela, es un esperpento, una hipocresía y la consagración de la perversión del nacionalcatolicismo. La Memoria Histórica ha sido una vez más mancillada. Es la vergüenza de la nefasta Transición que se proyecta a través de los tiempos. Salvo honrosas excepciones, como la izquierda más genuina y el diario Público, el resto han celebrado el evento como si la Constitución hubiera sepultado a la dictadura. Un franquista por la Gracia de Dios, como lo fue su Caudillo, se convierte en un hombre de estado. Lo más grave es que esta farsa es la que se cuenta en las escuelas públicas y privadas. Sin llamar la cosas por su nombre.


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