lunes, 23 de septiembre de 2013

Yo critico al Rey de España

Por Pedro Taracena


Juan Carlos I


Ejerciendo mi derecho de expresar mis opiniones libremente, yo critico al Rey en todo aquello que a juicio mío, se aparte de la Constitución Española y mi conocimiento de la historia. Aunque la Carta Magna le otorga estatus de inviolabilidad, el mismo texto constitucional no le hace inmune a las críticas de los ciudadanos. El monarca ha llegado al trono de ninguna manera por el mejor de los caminos. Su abuelo Alfonso XIII abandonó España, porque los españoles eligieron implantar la II República. El orden constitucional fue quebrado por el golpe de estado y la dictadura del general Franco. El padre del Rey Juan de Borbón simpatizó con el sangriento pronunciamiento militar e intentó implicarse directamente en el enfrentamiento fratricida. No obstante el dictador no se lo permitió; proyectando la implantación de una nueva monarquía, no por la restauración legitima del hijo del rey destronado, sino por la instauración a través del nieto e hijo de Juan de Borbón, Juan Carlos de Borbón y Borbón.
Muerto el dictador, el propio franquismo ejecutó el testamento que Franco había decretado. Juan Carlos fue nombrado por las Cortes Españolas como Jefe del Estado a título de Rey. Habiendo jurado defender los Principios del Movimiento Nacional, se avino a sancionar la Constitución en 1978. Pero sin condenar el franquismo y sin jurar el nuevo orden constitucional que le entregó la Corona de España. Juan Carlos I reina sumergido en una perversa ambigüedad. Insólita en la Europa del siglo XXI. El pacto no signado de Transición dejó impune al franquismo con todos los delitos de lesa humanidad. Transcurridos 35 años de vida democrática y constitucional, no hay pretexto ni excusa posibles para que el Rey no se haya desligado del genuino franquismo, versión española del fascismo europeo.
La figura del Rey ha sido tabú en muchas de sus facetas y parece como si este prestigio que ahora se le reconoce, lo hubiera ganado aquel día 23 de febrero que como salvador de España, nos libró de las huestes involucionistas, jugando todo a una misma carta. Y después ¡A vivir de las rentas!
Contemplando la figura del Rey como árbitro y como máxima autoridad democrática y constitucional, echo de manos su entusiasmo por lo público. La familia real, salvo escasas y honrosas ocasiones, no han pisado los servicios de la sanidad pública y mucho menos la educación pública. La opacidad de la Casa del Rey, raya lo antidemocrático. El respeto mal entendido de los medios de comunicación, han ejercido más de aduladores cortesanos que de ciudadanos libres y periodistas profesionales. El maridaje de hecho Iglesia-Estado y la alianza trono-altar, han contaminado la institución monárquica que debía de estar al margen de cualquier atisbo de confesionalidad.
Aquellos polvos trajeron estos lodos. La España de hoy está homologada con la revolución informática, libertad, comunicación e información. Los políticos y los medios han perdido el norte y la Santa Transición pactada y consensuada está caducada. Como atado y bien atado creyó que dejaba el déspota la dictadura, que sólo los franquistas del partido que gobierna se niegan a condenarla. Los políticos no están capacitados para abrirse camino entre tanta opacidad, corrupción y evocación del pasado. La institución monárquica está tocada y hace aguas por todas partes. Aquel 23 de febrero no supuso un pasaporte de tolerancia eterno ante los desmanes de Su Majestad; dejando a los historiadores llegar al fondo de esta cuestión y de otras. La juventud no se merece tanta perversión política y los mayores tampoco, porque España está donde está por sus cuarenta años de trabajo y cotización. Apuntalar la institución monárquica y la figura del Rey mediante parches ocasionales, agravan la situación y demorar una reforma de la Constitución como si del credo de Nicea se tratara, es perder el tren de la historia. A mí juicio no son pocas las asignaturas que tiene pendientes el Rey de España.

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