martes, 10 de junio de 2014

DE LA SANTA TRANSICIÓN A LA CASTA CACIQUIL




Por Pedro Taracena

Hasta que Pablo Iglesias acuñara el término de casta para denominar a los hacedores de la Transición, ha ido tomando cuerpo la idea de que el periodo de 1975, muerte del dictador, hasta 1978 promulgación de la Constitución, no ha sido tan modélico como nos habían contado. Aunque muchos percibíamos que el pacto no escrito ni firmado entre los franquistas y las fuerzas venidas del exilio y la clandestinidad, se hizo impuesto por los primeros sin renunciar a nada y cediendo terreno por parte de los segundos. Cínicamente se ha hablado del pacto constitucional, pero lo perverso de la Transición no está en el pacto constitucional, sino aquello que se mantiene contrario a la Constitución. La Constitución Española se colocó a la vanguardia de su entorno europeo, pero los derroteros de la mal llamada transición modélica fueron una farsa y un esperpento. No se reconoció que la República fue un régimen legítimo y que Franco truncó el Estado de Derecho de 1936 hasta 1978. Se mantuvieron los Acuerdos con la Santa Sede contrarios a la aconfesionalidad del Estado. No se condenó bajo ningún formato el golpe de estado franquista que provocó un sangriento enfrentamiento fratricida; justificando una cruel dictadura. La herida se cerró en falso y aún sigue abierta y sangrando. Estos hechos son la Historia con mayúscula de esta España, que no pocos sólo la denominan este país, para evitar llamarla por su nombre.



GUERNICA
PABLO PICASSO

La gran farsa es mantener que hubo que ceder ante los franquistas para evitar un cuartelazo, que lo hubo, y una involución que ya se ha consumando. Durante estos años de 1978 hasta nuestros días se ha ido configurando La Casta, en el sentido más peyorativo que se pueda utilizar: La Corona con sus amigos interiores y exteriores, nada modélicos. Reyezuelos déspotas, tiranos medievales, caciques, empresarios y banqueros de baja catadura moral. La clase política colocando su corrupción como el hito más importante de la vida pública de España. El bipartidismo ha despojado al Estado de la soberanía y ha sido cómplice de la delictiva Europa de los mercaderes, no de los ciudadanos. Todos estos años ha habido un Gobierno legítimo y democrático pero solo en apariencia. En realidad ha sido La Casta la que ha gobernado y gobierna nuestro suelo ibérico. A través de una gran coalición: caciques, políticos corruptos, banqueros, patronal y los obispos, han sido y son los que ponen en bandeja a los mercados los esclavos, los niños hambrientos, los desahuciados, los dependientes abandonados, los científicos en la diáspora y la España en quiebra.
Ante la abdicación del Rey y la entronización de Felipe VI, La Casta está temblando porque los cabos que ellos creían atados y bien atados, están sueltos y a buen recaudo en las calles y plazas de las ciudades. Mientras La Casta se organiza en improvisada corte de aduladores y estómagos agradecidos, por no decir caciques y pelotas, las ciudades se tiñen de banderas republicanas, reivindicando que la República fue destruida por Franco con la aquiescencia de Don Juan   padre del auto defenestrado Rey Juan Carlos. Las raíces de la monarquía española se hunden en una dictadura sanguinaria. Los franquistas del Partido Popular y el mismo monarca han sido compañeros en el perverso viaje de no reconocer la legitimidad de la República y no condenar la dictadura franquista. El Rey abandona el trono sin haber jurado la Constitución. Ahora el futuro Felipe VI ha jurado la Constitución pero tendría que reconocer la legitimidad de la República y condenar la dictadura obligando a que también la condene el PP. Todos esto es demagogia pero esta demagogia tiene una bandera que blandimos en la calle y no tiene visos de que ceda su blandir. La bandera de la República, la indignación y la protesta. Esta demagogia se nutre también de las otras acepciones del verbo blandir. Mientras masacran al pueblo, La Casta, conjuga el verbo blandir en todos sus modos, tiempos, números y personas; adulando, halagando y lisonjeando la monarquía; forjando una legitimidad que no la contemplan como  suficientemente afianzada en la Constitución. Cuando Felipe VI sienta sobre sus sienes el peso de la Corona, dos terceras partes de españoles aliviarán su peso con sus aplausos, pero otro tercio estará en la calle denunciando los fraudes históricos de los que ha sido víctima a través de la Historia.
Felipe VI tiene tres frentes abiertos: El derecho a decidir de vascos y catalanes. El creciente aumento de la sensibilidad republicana y deshacerse de La Casta.


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